miércoles, 20 de enero de 2010

0,00001

Es increíble ser un condón defectuoso, es una suerte reservada a un pequeñísimo grupo de condones, exactamente a uno de cada cien mil. En la fábrica en que vine al mundo se producían diez mil condones diários. Esto significa que en un año, descontando fiestas, fines de semana, huelgas y vacaciones, se producían unos tres millones. Todos iguales, idénticos, equivalentes… todos menos unos treinta, y yo formaba parte de ese selecto grupo. Para los condones de mi quinta, el hecho de tener impresa en su envoltura la misma fecha de caducidad que yo era lo mejor que les podía pasar, pero yo en cambio tenía una misión mucho más importante, yo iba a dar vida. Yo obraría el milagro, sería el protagonista de una historia que tanto padres como hijos, e incluso nietos, contarían. Aguardaba el momento impaciente en mi caja de doce. Fui el penúltimo en salir, pero no me importó. No tarde en darme cuenta de la falta de romanticismo que reinaba en el ambiente, pero no fue hasta que él llegó al cenit que me di cuenta de lo que en realidad pasaba. El sueño de una vida, todos las esperanzas cosechadas con el paso del tiempo se desvanecieron cuando la vi a ella. Mi final fue amargo e insospechado, igual que el sabor que produjo aquella cara de asco.

No hay comentarios: